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Notas de opinión

Evasión y utopía

Hoy vuelvo a hablar de "La sociedad de la ignorancia" (Ed. Península, 2011), pero esta vez lo hago para introducir mi contribución a esta obra, el breve ensayo titulado "Educar, entre la evasión y la utopía".

La relación entre estas dos palabras me impactó con fuerza en el libro de Zygmunt Bauman "Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre". En el capítulo quinto, "La utopía en la época de la incertidumbre", el autor del concepto de modernidad líquida afirma que en términos semánticos la evasión es justamente lo contrario de la utopía. Para Bauman utopía es un fin distante, codiciado y soñado, capaz de responder mejor a las necesidades humanas. Inventado por Thomas More a partir de los términos griegos eutopia (buen lugar) y outopia (ninguna parte), utopía es un mundo ideal libre de amenazas, es una isla de ensueño purificada de la inseguridad y de los miedos donde las personas pueden vivir sus vidas con plenitud. Así, utopía sería el lugar hacia donde el progreso puede acercar a los que lo buscan de forma colectiva. Citando nuevamente a Bauman, Oscar Wilde decía que el progreso era la realización de utopías. Para Anatole France la utopía era el principio de todo progreso y el boceto de un futuro mejor: incluso los trogloditas, para no seguir en las cavernas, tuvieron que soñar un mundo mejor.

En el extremo opuesto de la utopía se sitúa la evasión. Las personas en general tendemos a preferir ocuparnos de temas gratificantes o de interés inmediato más que de involucrarnos en asuntos complejos o que sólo son relevantes a largo plazo, especialmente si trascienden la esfera individual. La evasión también es desinterés de esforzarnos, de cooperar, es desplazar el discurso de la mejora compartida al de la supervivencia individual. Evadirse implica distraerse de pensar, es desentenderse de inquietudes, es optar por limitar al máximo los dolores de cabeza y las preocupaciones y centrarnos en lo que nos gratifica.

En nuestra cultura evasión es un concepto con prestigio: de una manera u otra continuamente estamos invitados a evadirnos, de instalarnos en entornos materiales o imaginarios que nos proporcionen satisfacciones y confort, sea con fórmulas genéricas, sea con experiencias a medida diseñadas para una industria activa y potente. Todos nos evadimos -no es peyorativo- todo el mundo tiene ganas de evadirse, de "desconectar", de "relajarse", y ciertamente el común de los mortales experimenta una necesidad psico-biológica de hacerlo. En las antípodas de este prestigio, la pretensión de perseguir la utopía es desconcertante y sospechosa; ser tratado de utópico es sinónimo, en el mejor de los casos, de falto de realismo, cuando no de necio, irracional e incluso peligroso.

La relación de todo esto con la educación es lo que he tratado de explorar a "Educar, entre la evasión y la utopía".

Mejorar la educación se ha convertido en un asunto cada vez más presente en el debate público. La problemática educativa es objeto de conversación más o menos informada y generosa en medios de comunicación y entre familias y profesionales. Sin embargo, yo diría que el loable objetivo social y político de mejorar la educación no va acompañado de un esfuerzo cooperativo suficientemente potente y audaz de creación de visiones globales a largo plazo. Parece que se espera que las soluciones aparecerán cuando las aporte alguien, persona o institución, preferentemente del ámbito político o administrativo. Dicho de otra manera, al debate colectivo le falta el punto de utopía necesario para dibujar visiones inspiradoras y a la vez realistas de lo que podría ser un futuro educativo más productivo y satisfactorio si, de manera colectiva y respetuosa, nos atreviéramos a analizar a fondo las bases que determinan las realidades y las relaciones específicas de la esfera educativa. En este sentido, para mí, la evasión se manifiesta cuando las propuestas de mejora se centran en actuaciones sobre variables aisladas propias de lo que podríamos llamar "los mapas mentales predominantes". La utopía consistiría en ser capaces de pensar en formas alternativas de estructurar la relación entre el mundo adulto del profesorado (y también el de los padres y madres) con el de los niños y jóvenes. Sin duda este debate nos llevaría a priorizar la centralidad de las personas y la construcción de sus aprendizajes por encima de las tradiciones, conveniencias y estructuras más bien anquilosadas del sistema actual.

Porque no se puede ignorar, tal como señala el profesor Daniel Innerarity en "La sociedad de la ignorancia", que la sociedad del conocimiento ha acabado con la autoridad del conocimiento. Así, la autoridad del profesorado se ha de recomponer sobre bases diferentes porque ya no es posible basarse en el control del espacio informacional ni en que la apropiación por el alumno de la información que se le suministra sea un factor clave de su éxito cuando acabe su etapa escolar. Ni se puede pensar que el espacio físico cerrado diseñado para la transmisión oral y el control de los comportamientos que pretendía imponer, como dice Bauman, "un estado de "prohibición o suspensión de las comunicaciones" es una fórmula viable y efectiva hoy día ni mucho menos a diez o veinte años vista. Ni tampoco se puede dar por garantizado que el espacio organizativo tradicional, determinado por la transmutación de las disciplinas académicas en el indiscutible eje estructural de los centros educativos, mantenga en el futuro la vigencia y la utilidad que ha tenido en el siglo XX.

En definitiva, la modernidad líquida ha cambiado el panorama de estabilidades y certezas que antes poseía el mundo de la educación. Nos evadimos cuando pensamos que puede haber expectativas reales de mejora sin ir más allá de los saberes, procedimientos y estructuras tradicionales que se materializan en los espacios físico, informacional y organizativo antes mencionados. Construir la utopía pasaría por ser capaces de diseñar y poner en marcha, de manera pausada, participativa y humilde, una renovación pedagógica que superara unas disfunciones que cada día que pasa son más manifiestas, contribuyendo al mismo tiempo a satisfacer mejor las necesidades de las personas (los alumnos) en el incierto mundo que les espera.

En el fondo nos enfrentamos a la paradoja irresoluble de querer arreglar los problemas de la "sociedad de la ignorancia" sin repensar el sistema educativo que constituye uno de sus fundamentos. La frase atribuida a Einstein, que tanto circula por Internet, de que no se pueden resolver los problemas con el mismo pensamiento que ha contribuido a crearlos parece perfectamente aplicable a nuestro caso, y más aún cuando el mundo cambia sin detenerse. También parecería apropiado invitarnos a nosotros mismos a aprovechar otra idea del científico de Ulm: los intelectuales resuelven o se esfuerzan por resolver los problemas mientras que los genios buscan la manera de evitarlos.

La educación ya no es el ámbito seguro y con pocos riesgos que era apenas hace unas pocas décadas. Debemos dejar de evadirnos. Hoy en día no nos queda otra posibilidad que soñar la utopía y desarrollar estrategias para actuar en la incertidumbre.

Ferran Ruiz Tarragó

Dedicado a Gloria M.

PG de la E ;-)

1 comentario

Urbinaga -

Excelente reflexión, pero puede que para el siglo XX. Si todo es líquido, virtual, incertidumbre, dualidad y el alumnado tiene que aprender en medio de la evasión de la comunidad educativa solo queda esperar que "ellos" tomen alguna decisión, entonces solo queda acompañarles digital y analógicamente. No sé cuantos estaremos dispuestos o preparados para ser a la vez onda y corpúsculo, en realidad esperamos que el gato de Schrödinger esté vivo, si la onda no lo ha matado. Puede que se necesite una teoría de cuerdas para resolver la educación. Para todo lo demás excelente incertidumbre. Aunque puede que la “gran Evasión” la hagan “ellos”.Feliz reentrada a la evaluación.