La educación y la máquina de vapor
Por invitación del Departamento de Educación hoy he dado una conferencia sobre "las TIC y la transformación de la educación" a un numeroso grupo de profesores y miembros de servicios educativos que participan en proyectos de innovación. Creo que lo que he contado ha sido bien recibido, que ha interesado bastante. Incluso puedo decir que a algunas personas les ha interesado mucho. También creo, atendiendo a una intervención concreta, que plantear escenarios de futuro a largo plazo a profesionales que tal vez tienen vivencias educativas cotidianas complejas y que seguramente no perciben la posibilidad de mejoras reales a corto o medio plazo, puede provocar una reacción de desazón e incluso de abierto rechazo. Es por esto que quiero justificar un poco, en los párrafos que siguen, la necesidad de apartarse de lo habitual, de proponer nuevas visiones, de decir que la vieja locomotora educativa de la sociedad ha sido superada por los tiempos aunque de momento no haya recambio a la vista. De ahí el título "la educación y la máquina de vapor".
Para mantenerse en movimiento todas las sociedades han de disponer de energía vital en forma de personas educadas, que tengan conocimientos, valores e iniciativa y que sean capaces de crear dinamismo económico, cultural y social. De estas personas, cuantas más, mejor. Con la progresiva extensión de la escolarización y de la educación superior, el sistema educativo de Catalunya fue durante una parte del siglo XX la locomotora que con una eficacia limitada pero razonable proporcionó esta fuerza motriz en una sociedad que partía de la base de haber llevado a cabo, en su momento, la Revolución Industrial. Los titulados que aportó a la sociedad (entre los que se cuenta la gran mayoría del profesorado actual) se formaron en un marco mental configurado por la creencia en el valor a largo plazo de sus conocimientos, por el carácter local de sus empleos, por la estabilidad laboral y la previsibilidad de sus actividades y trayectorias profesionales.
Es obvio que para los jóvenes de hoy las cosas ya no se presentan así.
Dados los grandes cambios que hay en todos los órdenes es lógico preguntarse si esta locomotora educativa que nos fue útil (y que hoy por hoy es la única que tenemos) no se ha quedado irremisiblemente vieja, si no se parece a una máquina de vapor anticuada, para algunos magnífica y entrañable, pero que ya no puede dar el rendimiento que la sociedad reclama. Viendo lo graves que son los problemas, lo tópicas que son muchas posturas y la limitación conceptual y material con que se desenvuelven las escasas iniciativas innovadoras, es lícito preguntarse si lo que hacemos (en conjunto) es conformarnos con mejorar en lo posible el rendimiento de la vieja máquina de vapor de la era industrial en lugar de pretender renovar a fondo el sistema motriz de la sociedad.
En los pocos años que llevamos de siglo ha emergido una realidad nueva, distinta de la que caracterizó el último tercio del siglo XX, y mucho más distinta aún de la realidad de las etapas anteriores al desarrollismo español de los 60. En un tiempo muy breve (el de Internet) los avances tecnológicos han transformado la producción del conocimiento y su utilización, han modificado las relaciones laborales y la organización del trabajo, han redefinido los sistemas financieros y han alterado las pautas de consumo, de comunicación y de intercambio cultural. Estos cambios no sólo no han finalizado, sino que continúan a toda velocidad. Es por ello que la educación del siglo XXI no puede limitarse a aspirar a producir personas con los perfiles del siglo pasado ni pretender hacerlo con el mismo repertorio de estrategias, y a su vez obtener mejores resultados.
En el marco de la vida y de la economía del siglo XXI no basta con que el sistema educativo ponga las bases de la existencia de una cierta élite profesional. Ahora se trata de que capacite el máximo número posible de personas para trabajar creativamente con el conocimiento, personas que han de ser flexibles y adaptables, con mentalidad global, que estén predispuestas a aprender a lo largo de su vida. Y además, siendo el nuestro un país muy pequeño, esto debe lograrse no sólo para una fracción de la población escolar sino para la gran mayoría. En caso contrario el nivel de vida decaerá y no se podrán mantener las modestas pero valiosas cotas de bienestar social que se han alcanzado.
Dado lo ambicioso, complejo y a la vez crucial que es este objetivo conviene plantearse si tiene sentido dedicar todas las energías a reparar la vieja locomotora educativa e incluso a hacer apaños en su diseño al precio de que no queden recursos materiales ni mentales para explorar a fondo nuevos caminos. Así, con la mejor de las intenciones pero con escasa perspectiva de futuro se comprometieron sumas ingentes en la introducción de una sexta hora de clase en la educación primaria en lugar de aumentar la calidad de los aprendizajes de las clases ya establecidas y de impulsar proyectos sólidos de innovación. Eso es tan solo un ejemplo local de un problema general: las burocracias educativas tienden a poner más énfasis en las viejas rutinas que en las nuevas oportunidades, de como ve las cosas más en términos de pasado (normas, prácticas, costumbres) que de alternativas imaginativas con potencial de futuro.
La educación no evolucionará en el sentido que alumnos y sociedad necesitan a base de parches, por mucho que se acompañen con cosas necesarias como normas más flexibles y más dinero. Ciertamente hay que mantener la actual locomotora en movimiento, pero esto no basta. O se crean nuevas perspectivas sobre lo que la educación podría ser dentro de quince o veinte años, o todo se reducirá a ir reparando la vieja maquinaria, apuntalando con unos costes muy altos estructuras y formas de funcionar que están en el mismo origen de los problemas. Es por ello que hay que impulsar a fondo la generación de nuevo conocimiento pedagógico y organizativo desde la misma base, potenciando proyectos amplios, audaces y rigurosos que tengan un alto potencial de alumbrar el futuro. Algunos de estos proyectos ya existen y es preciso potenciarlos; también hace falta que haya más.
No hay garantías de que lo que antes funcionaba vaya a seguir haciéndolo en los años venideros. Tampoco hay que dar por supuesto que la educación del 2030 se tiene que parecer a la 1980. Además, como dice Manuel Castells, el desapego educativo de los jóvenes debido al desfase que hay entre ellos y un sistema que no evoluciona es creciente e imparable, lo que compromete cualquier intento de mejorar los resultados. Por todo esto necesitamos que un número apreciable de centros educativos sean talleres de diseño y elaboración de nuevas formas de aprender y de enseñar.
Aunque desconocemos el futuro no es del todo aventurado señalar que el sistema educativo, cuanto más se parezca al del siglo XX, menos capaz será de hacer frente a los retos del siglo XXI.
Ferran Ruiz Tarragó, autor de "La nueva educación" (LID Editorial), premio de Ensayo 2006 de la Fundación Everis.
frtarrago@gmail.com
http://www.xtec.cat/~fruiz/index.htm
6 comentarios
erika -
urbinaga -
Anónimo -
urbinaga -
Ferran Ruiz Tarragó -
Cristina Contera -
He estado leyendo éste y otros trabajos suyos y quiero enviarle mis felicitaciones. En mi Universidad (Uruguay) estamos intentando muy modestamente alcanzar un grado mayor de desarrollo en usso eduactivo de TIC. Me gustaría mucho qindagar acerca de la posibilidad de intercambiar más informaciones al respecto. Sería de mucha utilidad conocer su opinión sobre nuestro trabajo. Escriba por favor su respuesta a mi mail.
Saludos cordiales
Cristina