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Notas de opinión

El valor del castillo de naipes

La protesta "de los indignados" de esta primavera es un hecho que interpela vivamente nuestra sociedad. Una parte sustancial de la protesta la han protagonizado jóvenes que, motivados por la percepción de una combinación de situaciones injustas y de contradicciones del sistema económico, social y político, quieren tomar la palabra y pasar a la acción con la esperanza ( difusa pero compartida por muchos) de conseguir un orden más justo. Entre los factores de fondo del movimiento 15-M hay una combinación de desempleo, que afecta a muchísimos jóvenes con o sin estudios, y de ocupación laboral de poca calidad, lo que se refleja en sueldos muy bajos y la consiguiente dificultad de vivir de manera autónoma. Como algunos dicen en Estados Unidos, si no superas la high school trabajarás en Wal Mart y si vas a la universidad, también, pero además tendrás deudas (préstamos a devolver). El contrato social de la educación vigente durante el siglo XX se está quebrando bajo nuestros pies: disponer de un título académico no garantiza tener trabajo, ni mucho menos un trabajo satisfactorio. Sin embargo, ahora es más imprescindible que nunca tener estudios formales y hay que luchar a nivel familiar y escolar para que los jóvenes lo entiendan y se esfuercen por conseguirlo.

Al movimiento 15-M posiblemente ha contribuido un fondo de despolitización de la sociedad, de indiferencia o incluso desprecio por la tarea política, que se ha ido cultivadon a lo largo de bastantes años. La ciudadanía, las élites intelectuales y culturales, las clases profesionales y empresariales, parecen haber abandonado la política para dejarla en manos de las burocracias de los partidos y de la simbiosis de estas con medios de comunicación y grupos de presión. Sin embargo, a pesar de déficits reales o imaginados de liderazgo, transparencia o participación, todos disfrutamos del privilegio de vivir en un sistema democrático, individualmente nos consideramos demócratas y quizás acabemos pensando que tenemos derecho a todo, que todo está ganado, que el bienestar básico y los derechos individuales y sociales están garantizados. Incluso llegamos a creer que tenemos derecho a que nuestro mundo sea indefinidamente sostenible, lo que demasiado a menudo basamos en la premisa de que deben ser otros los que se ocupen de hacerlo posible.

En este contexto, pienso que es legítimo preguntarse si la educación escolar, especialmente en sus niveles superiores, contribuye aunque sea mínimamente a este ambiente de despolitización, si por activa o por pasiva favorece que se extienda una concepción del mundo como un lugar de muchos derechos y pocos deberes, de más autoafirmación que compromiso. Nos deberíamos preguntarlo no para inculparnos, sino para ver cómo podríamos influir para poner remedio a largo plazo. La pregunta no es retórica ni banal, el sistema educativo no la puede ignorar y debería ser el primer interesado en saber cómo puede contribuir a que la evolución de la sociedad se produzca de la mejor manera posible.

Señalo todo esto muy consciente de que la responsabilidad no sería, ni mucho menos, exclusiva del sistema educativo. Las familias, las amistades, las relaciones laborales, las redes relacionales y los medios de comunicación, las ideologías, las creencias religiosas, el entorno cultural y los factores socioeconómicos también tienen una gran parte de responsabilidad en la configuración de la visión del mundo que tienen los jóvenes. Pero insisto en que hay que hacernos la pregunta de si la educación que reciben los alumnos, la que edificamos con el sistema educativo que tenemos, podría tener algún tipo de relación, aunque fuera muy indirecta, con el proclamado descrédito de la política, con la banalización de la cosa pública, con la actitud que los derechos son más importantes que los deberes y el convencimiento de que los avances sociales deben darse por descontados.

Por ello, una primera consideración es si nuestro sistema educativo, considerado globalmente, mira y actúa demasiado hacia adentro, si prioriza las conveniencias y las rutinas institucionales por delante de las personas, con el resultado que no ayuda lo suficiente a los jóvenes a fundamentar una base sólida de vínculos sociales e intergeneracionales y a construir una visión más amplia y más "actuable" del mundo. De hecho, uno de los principios estructurales del sistema educativo es agrupar los jóvenes en clases cerradas, basadas en la edad, lo que limita el establecimiento de relaciones constructivas con la sociedad y la interacción personalizada con los adultos. Además, impele a los jóvenes a encerrarse en subculturas de consumo y en entornos segregados de ocio y evasión (y después, a menudo, se les acusa de antisociales). También nos podríamos preguntar si el esfuerzo que hacemos para mantener a los estudiantes continuamente ocupados en tareas preprogramadas (que normalmente tienen una relación bastante reducida con su entorno e intereses, en la configuración y evaluación de las cuales no son invitados a participar) contribuye realmente a que aprendan a pensar por sí mismos, que precisamente es el atributo fundamental de la democracia y de la participación constructiva en la sociedad. Y otra reflexión en esta misma línea sería preguntarnos si la educación actual da un impulso bastante fuerte al conocimiento de la realidad y la historia cercana que configura nuestro día a día, conocimiento que contribuye a entender y valorar los logros y conquistas sociales que hay que preservar y hacer evolucionar, porque de cara al futuro no hay nada garantizado ni nada se puede mantener permanentemente estático.

Hace un par de meses que el Dr. Joaquim Prats, en un oportuno artículo en la revista Escuela (N º 3905), nos recordaba la figura y el pensamiento de Tony Judt: "las repúblicas y las democracias sólo existen en virtud del compromiso de los ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos". ¿Qué pasa si los ciudadanos activos y preocupados abandonan la política? La respuesta de Judt es que se abandona la sociedad a la gente más mediocre y venal, al tiempo que se contribuye al deterioro de la cosa pública y se fomenta la privatización del espacio público. Este planteamiento lleva a pensar que la cuestión que nos ocupa se podría formular así: ¿utilizamos bastante el largo período de escolarización obligatoria para fomentar valores políticos? Mi respuesta personal es que no lo hacemos con el grado y el convencimiento suficientes, quizá, como dice Judt, porque "solemos dar por descontadas las instituciones, la legislación, los servicios y los derechos heredados de la gran era de reformas del siglo XX" que al mundo occidental le proporcionaron unos avances sociales que antes de la Segunda Guerra Mundial eran casi inconcebibles. Me parece que como sociedad (y como sistema educativo) somos poco conscientes de ser los afortunados beneficiarios de una transformación sin precedentes en alcance e impacto, materializada en la segunda mitad del siglo pasado. Como señala el propio Judt en "Algo va mal" (2010), "parecemos extrañamente inconscientes de que hay muchas cosas que hay que defender."

Pienso que esta problemática es inequívocamente educativa, que concierne a los profesionales y que obliga a todos los stakeholders de la educación. Y por eso necesitamos un debate sobre las interrelaciones entre sistema educativo, juventud, valores y sociedad en el contexto de las tensiones y los cambios inherentes a un mundo globalizado. Un elemento fundamental de este debate sería la necesidad de presentar a los jóvenes los fundamentos del progreso y de la prosperidad que aguantan juntas las piezas de nuestra sociedad, que, como dice Gidley, quizás es un castillo de naipes pero, sin embargo, es el única casa que tenemos. Nada debería sustituir o limitar la aprehensión, por parte del estudiante, de esta realidad.

De alguna manera también corresponde a la educación, a los profesores, saber y transmitir que "no hay democracia sin autonomía de la conciencia, no hay autonomía de la conciencia sin pensamiento crítico, y que no hay pensamiento crítico sin una dosis importante de concentración y trabajo, sin una elaboración personalizada, ambiciosa e ilusionada de nuestras posibilidades humanas "[cita aproximada del profesor Ignasi Boada, pido disculpas por no tener a mano el original]. No hay democracia sin esfuerzo individual, sin la voluntad de interesarse por uno mismo y por los demás y el esfuerzo de querer conocer y comprender las realidades y situaciones de nuestro mundo.

Sean cuales sean las circunstancias, la educación siempre tiene la misión esencial de generar entusiasmo sobre el potencial del espíritu humano, lo que, en mi opinión, es un buen antídoto contra la indignación y el desencanto sistémicos. Me parece que esto no se puede conseguir sólo a base de lecciones curriculares estándar, sino que requiere crear oportunidades para que los alumnos piensen sobre ellos mismos y su mundo y vayan formándose criterios sobre el papel que quieren jugar.

Creo que se puede decir, pensando en el futuro de la sociedad, que el reto más crucial es combatir la sensación de desilusión, de impotencia y negatividad hacia el futuro y luchar en todo momento para desarrollar el potencial de los jóvenes, poniendo en primer plano el valor de la vida y del espíritu humanos en nuestro hogar común, en nuestro castillo de naipes compartido.


Ferran Ruiz Tarragó


frtarrago@gmail.com

http://www.xtec.cat/~ fruiz/

http://twitter.com/#!/frtarrago

3 comentarios

Anna -

Y las familias ¿no tienen nada que hacer o decir?
Si la escuela transmitiera todo lo que se propone en el post, se la acusaría de politizada, proselitista de una determinada ideología y que, por muy loable que sea, seguro que para muchas familias que no han hecho dejación de esta resonsabilidad, no les parecería nada bien. Yo entre ellas.

Manuel Gandarillas Grande -

De acuerdo.Hay otro aspecto que, además del político, me parece que tiene mucha importancia que es el laboral: ¿hasta qué punto el sistema educativo prepara a las nuevas generaciones para saberse "buscar la vida" en un mundo postindustrial?¿O sigue formando para trabajar o bien en la industria o bien de funcionario?Creo que las escuelas siguen siendo contextos sociales "sólidos", islas en un medio social "líquido", usando palabras de BAUMAN.Gracias.

Pedro Sarmiento -

Puede que parte de esa falta de interés por la política como participación activa en la vida de la comunidad sea atribuible al profesorado antes que al alumnado. Muchas gracias una vez más, Ferran.