Confrontar la realidad
En el marco del debate sobre educación que tiene lugar en diversos medios de comunicación originado por lo que se puede llamar "la crisis de la educación en España", el diario El Periódico de Catalunya me ha dado la oportunidad, que agradezco mucho, de publicar dos artículos que querría comentar brevemente aquí.
En el primero de estos artículos, cuyo título es "El hilo conductor" (3/12/2007), señalo que la organización actual de los centros educativos impone maneras de funcionar que llevan el germen del fracaso y que los que salen más malparados por este motivo son justamente los alumnos que proceden de familias con menores expectativas sobre los beneficios de la educación. Mirar de resolverlo requiere un hilo conductor, que a mi entender no puede ser ningún otro que un interés radicalmente renovado por cada alumno, interés puesto por delante de tradiciones, conveniencias y corporativismos. El interés por el alumno, no como categoría sino para todos y cada uno de los alumnos individualmente considerados, no se tiene que centrar sólo en los que están en zona de abandono o de fracaso, sino que tiene que servir para poner mucha más atención en los otros alumnos. Éstos, los que con más o menos brillantez aprueban (o son aprobados) y salen adelante, reciben mucha menos atención de la que necesitan. Actualmente parece que el hecho de pasar de curso equivalga a que todo va bien y que no hay que preocuparse. Como si el aprendizaje de estos chicos y chicas fuera óptimo y su educación espléndida. La tesis de "El hilo conductor" es que se tiene que velar mucho más por los niveles de preparación y de motivación de los alumnos considerados regulares y buenos, y hacer todo lo posible para conseguir que a lo largo de los años que pasan en la escuela adquieran a un espíritu inquisitivo, abierto y emprendedor, así como los conocimientos y las aptitudes necesarias para un mundo cada vez más complejo, en el cual el trabajo tiene dimensiones cada vez más globales. Que eso sea posible con los actuales esquemas de funcionamiento y de liderazgo es ciertamente dudoso, por lo que hay que incidir en estos ámbitos con visiones muy renovadas y mucho más amplias de lo que es habitual.
Para avanzar por el camino de la mejora de los aprendizajes es imprescindible "Confrontar la realidad" (3/01/2008) que es precisamente el título del segundo artículo. Confrontar la realidad quiere decir enfrentarse a diversos problemas fundamentales y muy especialmente al hecho de que nuestro sistema educativo genera un número inaceptable de alumnos que acaban la enseñanza obligatoria con unos déficits muy grandes en sus capacidades de escribir, leer y entender lo que leen, expresarse verbalmente y utilizar las reglas de la aritmética. En mi opinión atacar este problema -que es gravísimo porque afecta a muchísimos alumnos e hipoteca completamente su posterior aprendizaje- es la acción más importante que tiene que hacer el sistema educativo ahora y aquí.
Hace poco que en Catalunya se ha estado discutiendo sobre las horas de lengua en el bachillerato y ha habido una cierta controversia sobre el aumento de las horas lectivas de las materias "modales" de los tres tipos actuales bachillerato (artístico, de ciencias y tecnología y de humanidades y ciencias sociales) en detrimento de las destinadas a materias comunes como la lengua y la literatura castellana y catalana y la filosofía. Para mí eso no es sino otra muestra de cómo los debates educativos evitan el fondo de los problemas. En buena lógica, la comprensión oral y escrita y las destrezas comunicativas y expresivas de los estudiantes tendrían que haber sido sólidamente fundamentadas en la educación primaria y plenamente desarrolladas en la ESO, pero de ésto no se habla y la polémica se limita a planteamientos sobre las horas de más y de menos. El hecho es que, a pesar de reconocer que en el aprendizaje de las lenguas las cosas no van demasiado bien, no parece que se esté analizando qué hay que hacer para solucionarlo a fondo, de manera que el dominio instrumental del catalán y del castellano esté plenamente alcanzado antes de empezar el bachillerato, mucho antes. Mucho más importante que discutir el número de horas de lengua al bachillerato es ver cómo se podrían solucionar los déficits desde su misma base.
Aparte de la discusión del bachillerato, una realidad que hay que confrontar es que los centros educativos no se organizan para resolver este asunto, o que lo hacen muy escasamente. El aprendizaje de la lectura y la escritura tiene una ventana temporal que hay que aprovechar. Si no se hace en el tiempo que toca la persona queda muy perjudicada. Controlar el éxito de este proceso no se puede dejar sólo para el final; si no va bien se tiene que actuar inmediatamente. Precisamente por eso es todavía más inadmisible que, sea por los motivos y circunstancias que sea, pasen los cursos y no se adopten medidas drásticas para reenfocar el aprendizaje de los muchísimos niños y niñas que presentan déficits en estos ámbitos. Un buen sistema educativo tendría que ser capaz de reaccionar internamente delante de eso. Pero éste no es nuestro caso. Dado que en el lugar y momento donde el problema sería corregible se da poca relevancia, se ignora o incluso se esconde la evidencia, el problema se hace más y más grande y adquiere proporciones pandémicas.
Es por eso que en el artículo "Confrontar la realidad" propuse que a los 10 o 11 años se hiciera un diagnóstico de cada niño y niña de la manera más objetiva y completa posible y hacerla llegar a quien corresponde: a los padres y a los maestros, y también al propio alumno, explicándole que le conviene y a qué cosas se tendrá que dedicar de manera preferente para no quedar atrás. En aras de la eficacia y la objetividad esta prueba tendría que ser externa a los propios centros, por lo que podría parecer una reválida pero en ningún caso su función tendría que ser filtrar o segregar. Una prueba externa, que tenga por misión diagnosticar con precisión la situación de cada alumno, adquiere plenamente sentido si se hace con el objetivo de que posteriormente a ella cada centro se organice haciendo todo lo que sea preciso y con los recursos necesarios per garantizar que todo el alumnado, sin excepciones, termina la primaria habiendo adquirido sólidamente las competencias mencionadas, sobre las cuales se puedan construir con eficacia y satisfacción los aprendizajes posteriores. Si no tiene esta finalidad, si no va asociada a un firme planteamiento de adaptación personalizada provista de los medios y de las reestructuraciones necesarias, no vale la pena plantearla ni mucho menos hacerla.
¿Y porqué hace falta que sea una prueba organizada y valorada externamente? Miremos un poco atrás. Hace seis o siete años que se establecieron las pruebas de competencias básicas al acabar el segundo ciclo de la educación primaria, que tenían como objetivo ayudar a focalizar a los maestros en estos aprendizajes básicos. Las pruebas dan los resultados que dan pero no parece que se planifique la acción educativa posterior precisamente en base a los resultados obtenidos. Eso no se hace en general ni mucho menos para cada alumno en concreto. Las pruebas de competencias son demasiado caseras para los profesionales y demasiado "tecnocráticas" para las familias y la sociedad.
Hace falta algo mucho más claro, rotundo y eficaz. La ventaja de una prueba individual y externa sería que los padres y madres sabrían que se lleva a cabo una importante prueba diagnóstica en un cierto momento de la etapa escolar y correspondientemente pondrían expectativas en ella y esperarían sus resultados (así como los planes de acción individual correspondientes para resolver las carencias detectadas) en un momento concreto de la escolarización. Además, los centros sabrían cuál es el momento y cuál es la manera de dar cuentas de un aspecto absolutamente crucial de su trabajo.
Si en el transcurso de la primera escolarización no se actúa para atacar el déficit lector y de las otras competencias fundamentales, la educación de facto contribuye a las desigualdades y las legitima. Ahora, aquí, hoy, esta medalla de honor se la pueden colgar todos los agentes de la educación, los maestros y profesores, los centros educativos (universidades incluidas), las patronales privadas y la administración (tanto las personas que trabajamos en ella como la institución en conjunto), más o menos ex aequo. Y los agentes sociales y económicos, también, ya que casi nunca no han hecho oir su voz al respecto. Confrontar este problema es primordial y tiene que pasar por delante de consideraciones curriculares, administrativas, económicas y profesionales. La falta de actuación decidida y eficaz en este sentido quizás lleve a plantear el derecho a resarcimiento cuando el sistema no atiende al alumno como conviene para garantizar que desarrolla plenamente estas competencias. Los alumnos y sus familias tienen el derecho a que se haga todo lo posible para que se consigan.
Ferran Ruiz Tarragó
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