Consumidores de educación
Hace un par de días la Fundació Catalana per a la Recerca i la Innovació tuvo la amabilidad de invitarme a presentar un ensayo que escribí el año pasado. Creo que la sesión fue muy bien, en gran parte porque hubo un debate variado, intenso y estimulante. Proyectada en la pantalla, una frase lapidaria de mi presentación decía literalmente: "Los alumnos son rutinariamente castigados por el hecho de ser individuos psicológicamente complejos colocados a la fuerza en un sistema despersonalizado", es decir, un sistema de talla más bien única concebido y construido para la educación en masa. Seguramente esto suena bastante fuerte pero estoy convencido de que es así, especialmente en la secundaria. Pensaba que sería una frase polémica pero no suscitó especial atención, tal vez porque los asistentes la consideraron oscura o extravagante, o porque había muchos otros temas interesantes de que hablar.
Creo sin embargo que la anterior afirmación se aproxima a la causa más importante de la insatisfacción y de los problemas de la educación actual (y en particular de nuestra educación, aquí y ahora), y que al mismo tiempo es la representación de una situación mucho más general. Por este motivo me siento motivado a dedicar unas cuantas líneas (bastantes) a este asunto.
Situémonos primero en el mundo de los adultos. Para éstos la participación en una economía basada en el consumo es inevitable e imprescindible. Se tiene que ir al supermercado y pagar cuando nos toque el turno, hay que llenar el depósito de gasóleo con nuestras manos e impregnarnos de su perfume, consumimos cine después de hacer cola delante de las taquillas. Ahorramos para la jubilación (consumimos un producto financiero) y en la oficina bancaria recibimos explicaciones poco convincentes de por qué nuestro plan de pensiones sólo acumula pérdidas, aunque la entidad proclame a los cuatro vientos sus resultados récord. Necesitamos Internet, pero si el ADSL deja de funcionar perderemos tiempo y paciencia con el soporte telefónico, a pesar de los beneficios fabulosos de la compañía de servicios. No podemos vivir sin consumir ni podemos librarnos de sus inconvenientes.
En una tienda tenemos que aguantar miradas de suspicacia o incluso discutir para que nos cambien un producto defectuoso. Tenemos que subir a un autobús lleno a rebosar o perder horas de nuestro tiempo con la Renfe, día sí, día también, mientras nos martillean diciendo que el transporte público es fabuloso. Pagamos peajes cuando la autopista está colapsada y no recibimos servicio. De la satisfacción que genera el consumo de TV más vale no hablar. En definitiva, y para no seguir enumerando (pretendo algo más serio que politizar este post), las transacciones cotidianas asociadas al consumo tienen a menudo una vertiente incómoda y engañosa, incluso áspera o desagradable (subir a un avión es un ejemplo bueno y últimamente muy "perfeccionado"). Decir que el consumo genera frustración tampoco sería exagerado en muchos casos. Éste es un término particularmente apropiado para los usuarios de informática. Creo que la popularidad de Google se debe en parte al hecho de que su uso no es frustrante.
Continuemos en el mundo de los adultos. La gran mayoría de los adultos tiene que trabajar para para poder consumir. Aquí se produce lo mismo de antes: que con frecuencia la experiencia laboral no es del todo satisfactoria. El mundo del trabajo y de la vida profesional comportan tiranteces y conflictos en las relaciones con los compañeros y con los clientes, incomprensiones, aburrimiento y expectativas no satisfechas. A la vida laboral no le son ajenas sumisiones y humillaciones, ni tampoco penalidades y riesgos para el bienestar y la salud, incluso riesgos mortales. ¡Qué remedio! Es la vida y la vida es dura, nos decimos a nosotros mismos. Casi no queda ninguna otra opción que considerar normal este estado de cosas, aunque afortunadamente el trabajo y el consumo también dan satisfacciones y eso nos compensa.
La primera pregunta clave es la siguiente. ¿Qué quieren los adultos consumidores-trabajadores? Mejorar la calidad de vida es una aspiración muy común y razonable. Los que lo consiguen son envidiados (aunque sea porque se jubilan: ¿cuántos profesores no lo están esperando?) Pero, aparte de eso, ¿qué más quieren los adultos? Yo diría que queremos que las personas con quienes tratamos no nos engañen y sean honestas con nosotros, que no nos hagan perder el tiempo, que nos atiendan bien y a ser posible con una cierta deferencia. Queremos que las transacciones cotidianas propias del consumo sean individualizadas, cómodas, razonables y nos proporcionen satisfacción. En ciertos casos esperamos que generen experiencias enriquecedoras e incluso memorables. En asuntos realmente importantes, como los que afectan a la salud, queremos que nos conozcan, que nos escuchen y nos dediquen un cierto tiempo. Queremos no ser sólo un número en un expediente. Queremos que la transacción de "consumir sanidad" no se limite a unos minutos de un especialista que tal vez nos mira sin vernos.
En el ámbito laboral los adultos desearíamos que las relaciones y las transacciones fueran productivas y satisfactorias. Queremos estar informados, opinar y ser tenidos en cuenta. Deseamos encontrarle sentido al trabajo que hacemos, nos interesa que sea provechoso y útil. En general no se trata que los adultos no quieran trabajar, ni que quieran inventarse objetivos inapropiados o ir descontrolados, a la suya, aunque de éstos también los haya. Lo que la gente generalmente quiere es poder hacer lo que corresponde hacer (lo que justifica su sueldo) con autonomía y sin interferencias innecesarias, con tiempo y responsabilidad, con soporte y buen ambiente, controlar lo que se tiene entre manos y poseer una cierta perspectiva del contexto y la utilidad de su trabajo. En mi opinión, el profesorado compartiría claramente estas ideas, que creo que tienen una aplicabilidad muy general. Tan general que incluso valen para los alumnos.
Vayamos pues a la cuestión que ha motivado toda esta argumentación. ¿Se puede aplicar todo lo anterior a niños y adolescentes? ¿Qué quieren los "no adultos", los niños y jóvenes de los centros educativos? ¿Si se les preguntara, no querrían más o menos lo mismo que los adultos? ¿O tal vez, debido a la falta de conocimientos y de madurez propias de su edad, todo eso que hemos señalado ya no les es aplicable? ¿Pensamos acaso que los consumidores de educación, por ser menores de edad, sólo deben tener opción a callar y conformarse?
Personalmente me decanto por la primera idea: los niños y jóvenes que consumen educación y al mismo tiempo "trabajan" en su aprendizaje quieren el mismo buen trato que querrían los adultos. Por lo tanto, pasivizar a los alumnos, no contar con sus personalidades, opiniones y expectativas, es muy grave y tiene unos efectos muy perjudiciales: para mí es la principal causa de insatisfacción, de ineficacia e incluso de fracaso del sistema educativo. Creo que el peso de eso es muy superior al de los factores socioeconómicos.
Dado que, en términos generales, el diseño del sistema educativo es muy anticuado (se orienta a contenidos y lecciones y fue pensado para la educación en masa), el alumno no pasa de ser visto como un "consumidor de educación" pasivo y sin voz. A este consumidor se le "vende" un producto en muchos aspectos inapropiado, tal como acostumbra a pasar con el consumo masificado. Y cuando consideramos al alumno como un trabajador de la educación (algo muy legítimo, dado que está obligado a entregarle gran parte de su tiempo) experimenta una problemática bastante parecida a la de los trabajadores adultos.
En resumidas cuentas creo que se puede decir que por culpa del sistema educativo de hoy "los alumnos son rutinariamente castigados por el hecho de ser individuos psicológicamente complejos colocados a la fuerza en un sistema despersonalizado". Y la reacción de muchísimos alumnos es perfectamente clara: indiferencia, escapismo, desprecio, en algunos casos incluso violencia, que se suman a la natural oposición al mundo adulto. Si con las estructuras actuales no se pueden producir avances sustanciales en este sentido, es que el sistema educativo no es bueno, o al menos, se puede estar seguro de que no es lo suficientemente bueno.
Los medios de comunicación cada vez se ocupan más del tema educativo, dando voz a gente de la política, de los sindicatos, de la administración, del mundo universitario, de colectivos de profesores, de la economía, etc. En mi opinión, el tratamiento que dan a este tema es seguramente bienintencionado pero desinforma la opinión pública y, de facto, culpabiliza al profesorado. ¿Hay acaso otra profesión que tenga que sentirse continuamente acusada de estar mal preparada? ¿Y en ocasiones, aunque sea por pasiva, que lo sea por parte de sus propios empleadores? Es habitual que los medios proclamen que los asuntos educativos irían mejor con más y mejor formación inicial y continuada de los profesores, con más vocación y también con un poco más recursos. Eso, a pesar de tener un fondo de razón, me parece rechazable porque esconde totalmente las enormes disfunciones estructurales del sistema educativo y la naturaleza del producto que se ofrece al alumno. En este contexto sería muy importante centrar el debate en temas nuevos, y en especial en cómo se tendría que replantear el papel del "consumidor de educación". No perdamos de vista que es un consumidor obligado a aceptar el producto que se le proporciona en una transacción muy a menudo despersonalizada, descontextualizada y próxima al tedio y la desmotivación.
Ferran Ruiz Tarragó
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